domingo, 13 de octubre de 2013

Hans Küng y el Gran Inquisidor


EL ENFERMO HANS KÜNG Y EL GRAN INQUISIDOR

Hans Küng, el gran teólogo católico, tiene 85 años y sufre una enfermedad de Parkinson degenerativa muy avanzada. Ante el temor fundado de que la enfermedad destruya en él lo que considera una vida digna y humana, ha confesado: “No estoy cansado de la vida sino harto de vivir”. Ha proclamado el derecho del hombre a morir dignamente de muerte asistida. Ha reabierto el debatido tema de la eutanasia.

Pero no es la eutanasia el motivo de mi breve reflexión, sino las declaraciones que, sobre el caso Hans Küng, ha vertido, G. Müller, Prefecto de la Doctrina de la Fe (antiguo Tribunal de la Inquisición / Santo Oficio). Lejos de meterse en la piel del otro, de tratar de entenderlo, de compadecerse, de atenderlo, acompañándolo en su dolor y trance supremo, ha reaccionado con la inhumanidad a la que nos tiene acostumbrados esa funesta institución. Lo ha juzgado de acuerdo con la normativa vigente del viejo Santo Oficio, recordando al teólogo suizo que Dios es el único dueño de nuestra vida, y que por tanto la eutanasia no es ética ni legal.

Veo una contradicción entre la actitud de este Inquisidor y la postura evangélica que el papa Francisco ha proclamado públicamente: ¿Quién soy yo para juzgar a nadie? Sus palabras han causado asombro, por lo insólitas y osadas. Sin embargo, esa doctrina responde a las enseñanzas de Jesús: “No juzguéis para que no seáis juzgados” (Mt.7,1). Amigo, ¿quién me ha hecho juez entre vosotros?” (Lc 12, 13-14).

 Me pregunto ¿cuál de las dos es la voz de Roma?

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